CórdobaOpinión

Prevaleció el diálogo

La universidad se concibe como el espacio para el desarrollo del pensamiento, las ideas, el conocimiento y la ciencia; pilares que sustentan su verdadera esencia y naturaleza, de esta forma ha sido pensada y construida a lo largo de la historia de la humanidad. No en vano, la universidad ha sido una de las instituciones más antiguas de la Cultura Occidental; esta construcción no ha sido lineal, sino que, ha estado sometida a todo tipo de convulsiones y estallidos sociales, políticos, económicos, culturales, entre otros.

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En toda esta dialéctica social, la universidad fue y seguirá siendo el centro racional, científico, moral, ético y estético; desde el cual se ha pensado e interpretado todos estos conflictos. Las razones para entender lo anterior, es debido a que la universidad representa la sociedad en su conjunto, es la cuna del pensamiento, el único espacio donde convergen diferentes ideologías; en ella se refleja la racionalidad del ser humano. La universidad, en particular la pública, es el escenario de la pluralidad, en donde confluyen y conviven las diversas expresiones sociales.

En este sentido, una de las tareas misiones de la universidad es hacer posible la convivencia, entendida como la posibilidad de ser diferente; sin que ello implique la anulación o exclusión del otro o los otros. La convivencia como una acción humana inherente a la existencia social requiere de la educación como un proceso continuo y racional, que transforme y construya unos imaginarios sociales y humanos que dignifiquen al hombre y lo hagan un ser más consciente de su presente y su entorno social, ambiental, político, cultural, ético, estético; solo así, la educación convierte a los sujetos en seres libres y autónomos capaces de transformar la sociedad.

En este escenario, la universidad tiene sentido. Entre esas dimensiones está la educación para la democracia; dado que, la universidad es el ámbito natural y fecundo donde la democracia, no solo existe, sino que, crece y se desarrolla de forma racional y responsable.

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En el caso de la Universidad de Córdoba, cuando se han presentado conflictos, siempre ha prevalecido el logos como expresión del entendimiento que se logra a través de diálogo; dando muestra de una democracia universitaria que representa el interés general, bienestar y desarrollo institucional.

La democracia universitaria debe responder a un conocimiento normativo del orden institucional universitario, a los procesos administrativos y financieros; una concepción de universidad que se entienda como un proyecto social y cultural al servicio de quienes desean cumplir sus sueños. Cuando no se tiene este conocimiento, la democracia se debilita y empobrece; con ello, la vida universitaria se convierte en un instrumento al servicio de aquellos que quieren anularla.

El desencuentro vivido al interior de la Universidad de Córdoba en las últimas semanas deja lecciones y aprendizajes para seguir fortaleciendo la democracia universitaria, siempre, centrada en el debate de ideas, propuestas, visiones y argumentos académicos que engrandecen la institución; solo ella se fortalece, cuando se hace un ejercicio democrático serio y responsable. Por consiguiente, el estamento estudiantil diverso y plural que en estos procesos democráticos y reivindicativos participan, deben ser libre y autónomos.

La universidad está llamada al uso del logo como elemento central del ethos universitario; que contribuya a elevar el debate público que en estos tiempos de incertidumbres y posverdad está bastante erosionado y empobrecido.

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