Opinión

No olvidemos a Sánchez Juliao

Por: Mario Sánchez

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Este lunes 24 de noviembre se cumple el natalicio 80 del escritor loriquero David Sánchez Juliao, uno de los narradores de historia más connotados de Colombia y, posiblemente a mi juicio, el mejor contador de historias en el campo de la oralidad. Nadie como él para atraer masas, captar la atención del espectador, hacerlo reír, reflexionar y llorar. A veces daba la sensación de ser de esos rapsodas del siglo VIII antes de Cristo en la Grecia arcaica: superioridad en el dominio de la voz, un ritmo cadencioso que le imprimía a esa narrativa; gozaba de una memoria prodigiosa que sabía entrelazar con el conocimiento adquirido de sus estudios y la observación de lo cotidiano en el entorno local donde creció.

David se ganó el respeto como buen escritor, lo que le permitió obtener reconocimientos a nivel nacional e internacional y adaptar varias de sus novelas para la pantalla chica y grande. Sin embargo, su magia verbal eclipsó todo ese potencial literario. Los auditorios se abarrotaban de público en las universidades, ferias del libro, Hay Festival Cartagena y cualquier otro acontecimiento cultural o artístico al que fuera convocado. La gente se agrupaba, fascinada, para escucharlo. De ahí proviene un dilema que a muchos no les gusta afrontar: ¿fue David mejor escritor o mejor orador? En mi modesta opinión, pero con conocimiento de causa por haberlo leído y escuchado en su obra de audio, fue un mejor orador, sin quitarle importancia a su trabajo como escritor. Su prosa escrita edificaba mundos, su voz hacía latir con fervor.

En enero del 2011, me desempeñaba como director de la Emisora Unicórdoba Stéreo 90.0 FM; hacíamos un magazín diario donde la cultura tenía un protagonismo alborozado. Esa mañana llamamos al maestro David Sánchez. Desde la primera pregunta fue risas, anécdotas, humor, críticas y sobre todo historias pequeñas de nuestro Caribe. Al terminar la entrevista, ya fuera de micrófonos, le informé que estábamos pasando en la programación, un conversatorio que él había realizado en el Hay Festival de Cartagena con Juan Gossaín. Se emocionó cuando le dije que se lo iba a obsequiar y enviar a Bogotá, pero me contradijo al proponerme que me enviaría a la emisora una biografía inédita, completa en audio de toda su obra, mientras yo le entregara personalmente en Montería el conversatorio en un CD, donde estaría celebrando el Día del Periodista invitado por la Gobernación de Córdoba. —Así quedamos, palabra de caballeros —me dijo colgando el teléfono.

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Los jóvenes de hoy, en su gran mayoría, padecen de un déficit de atención. La tecnología, redes sociales los llevan a ecosistemas efímeros donde la diversión y el consumo prevalecen en los contenidos. El arte y la cultura están ahí, siempre han estado ahí, en la familia, las escuelas, las universidades, los trabajos, en el barrio; pero la atención de estos jóvenes se ha enfocado en otros aspectos que las narrativas digitales conllevan. Entonces, si ellos están distraídos, hay que ir por ellos bajo el mismo sistema que los dispersa, es decir, hay que saber llegarles en el contexto que conviven. Una obra tan diversa como la de Sánchez Juliao tiene todas las cualidades para ser maniobradas en el argot digital y de fácil consumo a los nativos digitales.

David fue el precursor de la literatura casete, del audiolibro; sus obras en ese formato se vendían como pan caliente, al punto de ganar discos de oro a la par de cantautores de músicas populares. Hoy sería un gran influencer haciendo podcast, creando contenidos con rigor de identidad cultural. No me cabe la menor duda de que estaría activo en Instagram, Facebook, TikTok, a la vanguardia como siempre estuvo e hizo lectura a los tiempos.

Para finales de los 70 e inicios de los 80, cuando descrestó a la sociedad colombiana y sobre todo a los habitantes de la costa norte con El Flecha, El Pachanga, Abraham Al Humor y sus otros trabajos orales, el analfabetismo tenía una fuerte porción en la sociedad de la época; fue entonces cuando él, en su genialidad, descubre ese fenómeno verbomotor, donde la comunicación fluía más de forma verbal y no escrita. Ahora, todas esas obras en audiolibros no fueron al azar o mamadera de gallo, como castizamente decimos los costeños. No señor, David aplicó fielmente la fórmula IAP (Investigación – Acción – Participación) aprendida en sus andanzas con el sociólogo Orlando Fals Borda, donde el investigador establece una relación horizontal con la comunidad. En otras palabras, el conocimiento científico de la mano con el saber popular.

Hubo una época en que el viejo Deivi, cariñosamente llamado por algunos de sus amigos de Lorica Saudita, como él mismo la bautizó, andaba con una grabadora periodística grabando conversaciones callejeras, entrevistando al vendedor de tinto, a la vendedora de fritos, al boxeador, al chofer de plaza; personajes de la cotidianidad de un pueblo encantado con un asentamiento árabe que marcó la identidad cultural, dejando claro que no somos herederos de una trietnia, sino cuatrietnia: Españoles, indios, negros y árabes.

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Albert Einstein dijo: “La imaginación es más importante que el conocimiento”, y pensaría que Sánchez Juliao se dejó desbordar en extrema supremacía por la imaginación para crear todas esas historias fantásticas de nuestro Caribe macondiano, pero todo estaba sustentado y soportado en el conocimiento de años de investigación y libros de estudio.

Córdoba ha tenido grandes escritores; menciono solo algunos, como Manuel Zapata Olivella, Juan Gossaín, José Luís Garcés, pero el listado es largo. A mi juicio, ninguno logró visibilizar la idiosincrasia del Caribe sinuano, del Caribe cordobés como David. Sin menospreciar la calidad prosaica de los anteriores mencionados, pero desde lo verdaderamente local, nadie mostró más a Lorica y su gente desde lo cultural y social que el viejo Deivi. A él se le debe que en el mapa colombiano, ese pueblo de arquitectura republicana con un encanto inigualable, sea reconocido.

Recientemente dialogaba con Paloma Sánchez, su hija, quien viene haciendo un valioso trabajo con alianzas y proyectos para preservar el invaluable legado de su padre, y me decía: “Mario, la musa de mi padre fue Lorica; él siempre estaba pensando en Lorica”. Sus historias provenían de ahí. Le encantaba saber de su gente y visitar su pueblo. Se nutría con cada visita. Le fascinaba la comida criolla.

Jairo Támara, artista y de los mejores amigos de David en Montería, también me decía que la gastronomía era parte importante de las historias del escritor loriquero. En una de sus corredurías callejeras con Támara, se iban a catar mesas de fritos y las alquilaban por dos o tres horas para que la fritanguera solo les cocinara a ellos. Finalmente, remataban con chicha de patilla. Y eso sí, era experto en mote de queso, como ese que se come en un país lejano donde se baila el porro distinto al del Sinú: Sincelejo, el país de Peyo, según las anécdotas del gran rapsoda.

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Faltaban pocos días para el anhelado encuentro con el maestro de la oralidad y escritura; yo estaba ansioso porque la última ocasión que hablamos personalmente hacía tres años. El compromiso de mi parte estaba por cumplirse: entregarle personalmente el CD de su conversatorio en el Hay Festival Cartagena con Juan Gossaín Abdala. La encomienda de David llegó a la emisora, una biografía en audio realizada por la Universidad Industrial de Santander (UIS). Lastimosamente, me quedé con el detalle para él; a pocos días del encuentro, que tenía fecha, hora y lugar definido, se nos fue para siempre.

La literatura para niños tampoco fue un campo desconocido para él. La transitó de manera natural, dejando atrás libros en los que la sencillez y la ternura se combinan con el encanto del narrador nato. Se supo comunicar con los más pequeños sin bajar el tono de su voz, manteniendo siempre esa esencia de narrador que transforma lo cotidiano en maravilla. Hay un libro póstumo que vale la pena leer “Camino al bosque”, recién publicado por editorial Norma.

En su tierra natal, Santa Cruz de Lorica, falta más por hacer en cuanto a la obra y legado de Sánchez Juliao. Él dio a conocer al municipio en su obra literaria y oral, los puso en la palestra pública del turismo cultural, siendo hoy uno de los dieciocho Pueblos Patrimonios de Colombia. Una ruta, monumentos emblemáticos, cátedras en su nombre, es lo mínimo que debe encontrar el turista, lo material e inmaterial de un legado que emerge en cada esquina, en cada palabra que pulula por sus calles.

—Si Juan Pablo Montoya hubiese sido loriquero, seguro habría ganado la Fórmula Uno —fue la última anécdota jocosa que le escuché en vida.

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Posdata: Recomiendo leer el poemario “Árboles de Piedra” de la poeta y escritora de Cereté, Carmen Alicia Pérez.

Buen viento, buena mar

 

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