Juro que no morí
Por: Efraín Sánchez
Muchos son los que pasan, pero siempre serán pocos los que se queden en el recuerdo del tiempo. No todos aspiran a dejar un legado, incluso, hacer para perdurar, es decidir atenazar la insoportable levedad del ser de Milan Kundera. Pensar en dejar algunos emuladores que decidan llevar una figura similar a la tuya, podría ser para unos un despropósito de la vida. No hay nada que en esta vida nos pertenezca más allá del recuerdo, solo poseemos la reminiscencia en medio del olvido.
El pasado martes, se cumplieron 25 años de esa alocución motivo del recuerdo de que la violencia es propia de un “país de mierda”. El 13 de agosto de 1999, a las 5:45 de la mañana, de una forma permitida en nuestra tierra, “a punta de bala”, hicieron perecer un cuerpo, con la mala suerte de haber dejado sus palabras; suspendidas en el tiempo y aferradas a la historia.
Hace más de dos décadas, la violencia nos arrebató a Jaime Garzón, seguramente una de las mentes más brillantes de la sátira política de este país, el hombre que demostró que vivimos en una patria donde existe una mordaz incoherencia entre la ley y lo que ella debería ser. Para algunos, un guerrillero, imitador del Che, Fidel Castro, y cercano a cualquier idea de comunismo y revolución, para otros, un genio con muchos huevos.
Jaime no es nuestra derecha, no es izquierda, no es guerrilla, no es paramilitarismo, no es extremo, no representó el centro, sencillamente fue la voz de eso que hemos mirado como “folclor”, Garzón fue, es y seguirá siendo el torbellino que sacude la inercia de un pueblo que prefiere morir en la indiferencia de los que sufren.
Leer la novela de Fernando González y sentir a Jaime vivo, es para muchos, una muestra perpetua de las ideas de aquel que citó a Paul McCarthy, diciendo: “juro que no morí”. Solo 25 años después debemos decir que jamás murió, que permanece aquí. Neruda dijo: “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida” y a él, el amor por su patria, nuestra patria, lo salvó de aquella vida en la que no se es ciego frente a los padecimientos.
No haber vivido en vano debería ser una de las necesidades del ser, donde se entienda, como lo expresa González Santos , que el falso guerrero tiene como propósito la guerra mientras que el verdadero guerrero tiene por designio la paz. Hay que luchar, pero desarmados y sin escudos, para así procurar perdurar en el tiempo, para jurar nunca morir.
Líneas por la memoria de Jaime, y para el enaltecimiento de la pluma de Fernando Gonzalez Santos.