Opinión

El que se guarda un elogio se queda con algo ajeno

Por Marta Sáenz Correa

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En la rutina de revisar las redes sociales me encontré un tweet que sencillamente me encantó, y con el cual titulo la columna de hoy.

Con frecuencia en nuestros círculos sociales como escuela, familia, trabajo, amigos, existe la tendencia a centrarnos en lo negativo. Las fallas de otros o propias se detectan fácilmente y se destacan por encima de las de los demás. Los padres les recuerdan a los hijos lo que no hacen bien, la pareja nos repite lo que no le gusta de nosotros, el profesor subraya los errores cometidos por los estudiantes, el jefe regaña por lo que considera no está bien hecho por el subalterno. Es decir, se le da gran importancia a las actuaciones negativas y se olvida dar elogios a las personas a nuestro alrededor que con su buen comportamiento se lo han ganado.

Algunos consideran que es mejor no creer en los elogios, y prefieren desmentirlos o minimizarlos con modestia cuando los reciben, mientras otros opinan que es más positivo recalcar las fallas, pues solo así se pueden mejorar. Lo cierto es que de los errores se puede aprender mucho; pero se puede aprender mucho más reforzando y apreciando lo que sí funciona, lo positivo, lo que sí se ha conseguido. Un elogio puede ser toda una inyección de confianza y motivación; mediante él se ofrece a alguien una imagen más positiva de sí mismo que quizás no es capaz de percibir. Para ello, es importante que quien lo de, lo haga con sinceridad, como quien lo recibe se crea merecedor de ello y le otorgue valor.

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El elogio es una herramienta de motivación poderosa, pero hay poca gente que sabe cómo, cuándo y a quién felicitar, o incluso qué actitud tomar ante un cumplido. Tan importante es saber felicitar como saber recibir halagos o cumplidos sin parecer un egocéntrico. Usamos poco y mal el arte de la felicitación orientada a reconocer los méritos de quienes nos rodean, y usamos aún menos la felicitación encaminada a reconocer aquello que nosotros mismos hemos hecho bien y merece nuestro propio reconocimiento.

Afirma Dale Garnegie, en uno de sus libros: “la manera de dar vale más que lo que se da” tener la actitud adecuada para transmitir con fuerza y entusiasmo lo que sentimos es importante. Cuando estamos felices es necesario que nuestro lenguaje corporal y verbal muestre esa felicidad, que seamos espléndidos en nuestras palabras y calurosos en nuestro reconocimiento. Además de usar el momento preciso y la actitud adecuada, es imprescindible que involucremos nuestros sentimientos, de este modo el elogio se transforma en algo personal, único y valioso.

“El hombre más feliz del mundo es aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio” (Johann W Von Goethe) si quieres identificar motivos sinceros de felicitación en los demás, debes escucharlos y prestarles atención. Si somos capaces de incorporar a nuestra conducta el hábito de detectar todo aquello digno de elogio de las personas que nos rodean y de reconocer los méritos ajenos y tener presente que cada caso que elegimos como digno de elogio es una oportunidad de emular y aprender de la otra persona.

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